Las luciérnagas quizá no volverán
Les comparto parte del primer capítulo para despertarles la curiosidad.
Capítulo 1
Amaneceres sin muertos
Estaba ahí, mirando la pista de aterrizaje, esperando el futuro con amaneceres sin muertos. Era un día de agosto de 1989, cuando la guerra no era cosa del pasado y El Salvador se hundía con muertos y desaparecidos. Recogía los abrazos sin que nadie prometiera nada. Me despedía de mi madre en el aeropuerto de Comalapa, mientras ella y mi hermana apretaban mi cuerpo, como queriendo retener mi existencia para recordarme para siempre de esa manera impávida. Deseaban que algo de mí se quedara ahí, con ellas, sin declararlo. Estaba por cumplir uno de los augurios que unas ancianas desconocidas habían pronosticado para mi vida cuando apenas era un recién nacido.
Entre la multitud, luego de los abrazos y las lágrimas, caminaba detrás de papá, buscando la pequeña sala de espera del próximo vuelo. Estaba atiborrada de gente que huía del país. Viajaba sin estar consciente de que lo hacía. No acababa de cumplir los quince años. Con la timidez a cuestas, y con el desapego del mundo, no me había permitido ilusionarme con una vida más allá de las playas de El Puerto de La Libertad ni de tener sexo con las luciérnagas ni de otras cosas que no fuera la guerra.